jueves, 27 de marzo de 2008

EL AMOR A LA PEDAGOGÍA.

El amor a la pedagogía es un estilo educativo, una actitud que todo educador debe encarnar. Su validez es pues extensible tanto a los padres como a los profesores.
El eje fundamental que vértebra el amor a la pedagogía es, obviamente, el amor, porque él constituye uno de los pilares básicos en los que ha de sustentarse la educación, ya que el amor genera un movimiento empático que provoca en el educador la actitud adecuada para comprender los sentimientos del educando y, en cierto modo, prever su comportamiento. Es necesario, pues, reflexionar sobre el amor y analizar sus implicaciones, exigencias o manifestaciones en el proceso educativo, a fin de perfilar algunos de los rasgos más sobresalientes que configuran la pedagogía del amor, sin la pretensión de agotar el tema y como una mera invitación a la reflexión.
El amor a la pedagogía exige reconocer y aceptar al educando tal cual es y no como nos gustaría que fuera, porque sólo conociendo y aceptando sus valores y sus defectos, sus aptitudes y sus carencias propenderemos a potenciar y desarrollar los primeros y a corregir y a enderezar los segundos. Es demasiado frecuente la tendencia de los padres a establecer comparaciones entre los hermanos y de los profesores entre los alumnos. Pero es un error, porque las comparaciones son siempre odiosas y no benefician ni al que es elogiado, porque fomentan en él sentimientos de superioridad y orgullo, ni al que es censurado, porque disminuyen su autoestima. Cada uno es como es y en toda persona hay siempre un acervo de cualidades valiosas. Si le aceptamos, le enseñamos a aceptarse a sí mismo y le demostramos que no le queremos por sus éxitos, sino por él mismo. La aceptación constituye, pues, el punto de partida del proceso educativo. Pero no es suficiente. El amor a la pedagogía exige al educador que reconozca cada uno de los logros del educando y lo felicite por ello, porque su personalidad es inmadura y necesita continuamente del estímulo, del aliento y de la motivación para seguir adelante. De ahí que las burlas y ridiculizaciones y, más aún, las descalificaciones, aunque sean en tono de broma, incrementen su inseguridad, le produzcan malestar y disminuyan su autoestima.
El amor a la pedagogía requiere atención y disponibilidad temporal para escuchar y ayudar al educando a resolver sus problemas y dificultades, por mínimos que puedan parecernos, ya que para él son muy importantes. Diversos factores de la sociedad actual inciden negativamente en la convivencia y reducen las relaciones en la familia. El adolescente pasa las horas junto al televisor y se refugia en su fantasía diurna o en su pandilla para buscar ayuda a sus problemas.
El amor a la pedagogía busca la verdad y la autenticidad y, por ello, sus respuestas son siempre sinceras. Rehúsa la mentira y, bajo ningún pretexto, pide al educando que mienta, porque la mentira enturbia las relaciones y conduce a una pérdida de credibilidad en el educador. Por eso no tiene inconveniente en reconocer sus errores y admitir sus equivocaciones. De este modo, conseguimos que el educando nos valore mejor y se forme una opinión más favorable de nosotros y, al mismo tiempo, le enseñamos a reconocer y admitir sus propias equivocaciones.
El amor a la pedagogía es sereno a la hora de tomar decisiones o de establecer compromisos, pero no vacila a la hora de cumplirlos. El continuo cambio de opinión, la falta de una línea coherente, el decir y no hacer, engendra en el educando inseguridad. Es necesario meditar y tomar las decisiones con serenidad y ejecutarlas con firmeza.

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